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    Evangelio del Día - Mc 1, 40-45 – 17 de Enero


    Evangelio del Día  17 de Enero 2019 
     Reflexion Padre Luis Zazano
     
    Lectura del Día

    De la Carta de Pablo a los Hebreos

    Heb 3, 7-14

    Hermanos: Oigamos lo que dice el Espíritu Santo en un salmo: Ojalá escuchen ustedes la voz del Señor, hoy. No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión y el de la prueba en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras durante cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: “Es un pueblo de corazón extraviado, que no ha conocido mis caminos”. Por eso juré en mi cólera que no entrarían en mi descanso.

    Procuren, hermanos, que ninguno de ustedes tenga un corazón malo, que se aparte del Dios vivo por no creer en él. Más bien anímense mutuamente cada día, mientras dura este “hoy”, para que ninguno de ustedes, seducido por el pecado, endurezca su corazón; pues si nos ha sido dado el participar de Cristo, es a condición de que mantengamos hasta el fin nuestra firmeza inicial.

    Salmo

    Sal 94,6-7.8-9.10-11



    R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:

    «No endurezcáis vuestro corazón».

    V/. Entrad, postrémonos por tierra,
    bendiciendo al Señor, creador nuestro.
    Porque él es nuestro Dios,
    y nosotros su pueblo,
    el rebaño que él guía. R/.

    V/. Ojalá escuchéis hoy su voz:
    «No endurezcáis el corazón como en Meribá,
    como el día de Masa en el desierto;
    cuando vuestros padres me pusieron a prueba
    y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R/.

    V/. Durante cuarenta años
    aquella generación me asqueó, y dije:
    «Es un pueblo de corazón extraviado,
    que no reconoce mi camino;
    por eso he jurado en mi cólera
    que no entrarán en mi descanso». R/.

    Evangelio del Día

    Evangelio según San Marcos

    Mc 1, 40-45

    En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

    Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.

    Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.

    Reflexion Padre Luis Zazano


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