Por: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma | Fuente: Catholic.net
De
carnaval parecen algunos que desdicen de la dignidad con la que debería
conducirse una persona humana
Tiempo
atrás (aunque no mucho) había gente que celebraba ambas cosas: el
Carnaval y la Cuaresma. Sin embargo, lo hacían muy a su manera. En
carnaval: máscaras, narices y bocas postizas. En cuaresma: compostura,
devociones y cara mustia, pero quizá igual de postizas. Hasta resultaba
difícil saber cuándo habían logrado disfrazarse mejor...
Ciertas personas vivían tres días siendo, al cien por ciento, lo que de
verdad eran. Y luego, durante cuarenta días, se dedicaban a fingir lo
que en realidad no eran. Durante el carnaval, actuaban con un poco -o
bastante- desenfreno, ocultando tras una máscara la vergüenza que les
ponía al rojo los mofletes. En la cuaresma lograban dar la impresión de
penitencia y religiosidad sinceras al andar medio cabizbajos en
“ayunas”, al echarse encima la mantilla negra, o al sacar de vez en
cuando el rosario a tomar el aire. Así que, en cuaresma, sin esconderse
detrás de una careta, andaban igual de enmascarados que en carnaval,
pero aparentando lo que no eran. Y, curiosamente, por esa hipocresía no
parecían sonrojarse demasiado.
Hoy día, aunque lo de tiempo atrás no es todavía agua pasada y se siguen
celebrando las dos, la cosa ha cambiado ligeramente. Da la impresión de
que ahora algunas personas viven en un carnaval más o menos continuo.
Carnaval en Adviento, en Navidad, en tiempo ordinario, en Semana Santa,
en Pascua y, por supuesto, también en Cuaresma. Lo que antes algunos y
algunas se permitían sólo en los tres días de carnaval, hoy otros y
otras se lo conceden más habitualmente como lo más normal del mundo.
Claro, es lo que se lleva ahora, lo que todos hacen... Van -o mejor
dicho- se dejan ir con la corriente.
Sí, realmente parecen de carnaval las pintas que ahora lucen algunos
jóvenes. Parecen de carnaval esas cabezas con rapes y tonalidades a lo
Miró; esas chamarras de cuero negro con más cadenas que el Fantasma de
Canterville; esos rostros con más aretes que el logotipo de los juegos
olímpicos. Y de carnaval, además, parecen algunos de sus
comportamientos, que desdicen de la dignidad con la que debería
conducirse una persona humana.
Podríamos decir que también carnaval es cuando uno, con o sin carátula,
no es lo que debería ser. Carnaval es cada vez que un hijo no es buen
hijo, cada vez que unos padres no son buenos padres, cada vez que dos
novios no actúan como tales. Carnaval es cada vez que, en su actuar, un
hombre es algo menos que hombre y una mujer algo menos que mujer.
Tristemente, hay gente que vive como en un carnaval sostenido, digamos en do menor.
Y entonces ¿a qué se dedica esa pobre gente en los días de carnaval? Muy
sencillo. Los famosos tres días de carnaval viven el carnaval
ordinario, pero a tope, a la enésima potencia. Carnaval sostenido, por
tres días -con sus noches-, pero en do mayor. Carnaval a lo grande.
Carnaval extra-concentrado. Carnaval, carnaval. Tres días de careta
sobre la careta incorporada que ya llevaban, para seguir haciendo lo
mismo, pero con evidentes excesos.
Menos mal, sin embargo, que a pesar de todo, hoy sigue habiendo montones
de gente que vive el triduo de carnaval en modo diverso. Sigue habiendo
muchas personas que, esos tres días, se atreven a nadar contra
corriente. Menos mal que hay hombres y mujeres que se esfuerzan, también
durante el carnaval, por ser y respetar lo que de verdad son, dominando
sus pasiones desordenadas y bajos instintos.
Menos mal que aún hay bastantes seres humanos que se saben cristianos,
se dicen cristianos y no les da vergüenza vivir como tales, incluso los
días de carnaval. Son gente que no necesita quitarse ni ponerse careta
alguna. No tienen que ocultar nada. Gente extraordinaria, pero que no va
hacer noticia esos tres días, ni tampoco los 362 restantes del año.
Claro, esas noticias incomodan. Porque siempre incomoda toparse con
alguien que va contra corriente.
Menos mal que aún hoy podemos apreciar el milagro de cientos y miles de
personas (también muchos jóvenes) -dentro y fuera de conventos y
seminarios- que pasan esos tres días, por turnos, en adoración de
rodillas ante el Santísimo Sacramento. Y lo hacen explícitamente para
desagraviar al Corazón de Cristo por toda la basura y miseria de pecado e
infamia que en el mundo se le está escupiendo en la cara a Cristo esos
días. Menos mal que, gracias a ellos y ellas, a nuestro planeta le queda
algo de humanidad tras tanto degrado en carnaval. Gracias a esas
personas, el ambiente terráqueo puede aún ser respirable después de esos
días de intoxicación general.
En fin, menos mal que aún se pueden contar cantidad de hombres y mujeres
que aprovechan el Carnaval y la Cuaresma para crecer como hombres y
como mujeres. Que viven esos períodos sin miedo a ser lo que deben ser
ante todo el mundo. No tienen que acobardarse de nada y ante nadie. Más
bien tienen mucho que ostentar. Y lo hacen con aplomo. Gritan sin
palabras a sus contemporáneos que además de un cuerpo, tienen un alma.
Testimonian con su vida que lo más importante, para toda persona, es lo
que le hace crecer humana y espiritualmente, y no lo que le degrada o
envilece.
¿Por qué no demostrar cada uno de nosotros el coraje de sumarnos a
ellos? Tratemos de vivir el carnaval aplastando un poco la materia para
liberar el espíritu y no al revés. Luchemos por vivir la cuaresma
elevándonos como hombres para acercarnos más a Dios. Y el hombre se
eleva cuando es capaz de soltar sus lastres. Esos lastres pesados del
pecado, que se sueltan con el arrepentimiento, el perdón de Dios y el
propósito sincero de enmendar la propia vida.
El reto puede ser arduo. Lo es sin duda. La corriente en contra puede
parecer arrolladora. Pero sólo los peces muertos no son capaces de nadar
contra corriente.
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