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    Evangelio del Dia Domingo 16 de Agosto 2020 - San Mateo 15, 21-28

    Evangelio del Dia Domingo 16 de Agosto

    Primera lectura

    Lectura del libro de Isaías 56, 1. 6-7

    Esto dice el Señor:
    «Observad el derecho, practicad la justicia,
    porque mi salvación está por llegar,
    y mi justicia se va a manifestar.
    A los extranjeros
    que se han unido al Señor para servirlo,
    para amar el nombre del Señor
    y ser sus servidores,
    que observan el sábado sin profanarlo
    y mantienen mi alianza,
    los traeré a mi monte santo,
    los llenaré de júbilo en mi casa de oración;
    sus holocaustos y sacrificios
    serán aceptables sobre mi altar;
    porque mi casa es casa de oración,
    y así la llamarán todos los pueblos».


    Salmo

    Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
     R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

    Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
    ilumine su rostro sobre nosotros;
    conozca la tierra tus caminos,
    todos los pueblos tu salvación. R/.

    Que canten de alegría las naciones,
    porque riges el mundo con justicia,
    y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

    Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
    que todos los pueblos te alaben.
    Que Dios nos bendiga; que le teman
    todos los confines de la tierra. R/.


    Segunda lectura

    Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32

    Hermanos:
    A vosotros, gentiles, os digo: siendo como soy apóstol de los gentiles, haré honor a mi ministerio, por ver si doy celos a los de mi raza y salvo a algunos de ellos.
    Pues si su rechazo es reconciliación del mundo, ¿qué no será su reintegración sino volver desde la muerte a la vida?
    Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
    En efecto, así como vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios, pero ahora habéis obtenido misericordia por la desobediencia de ellos, así también estos han desobedecido ahora con ocasión de la misericordia que se os ha otorgado a vosotros, para que también ellos alcancen ahora misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.



    Evangelio del día

    Lectura del santo evangelio según san Mateo 15, 21-28

    En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón.
    Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
    «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
    Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
    «Atiéndela, que viene detrás gritando».
    Él les contestó:
    «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
    Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
    «Señor, ayúdame».
    Él le contestó:
    «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
    Pero ella repuso:
    «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
    Jesús le respondió:
    «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
    En aquel momento quedó curada su hija.

    «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».


     Reflexión Papa Francisco.

    Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

    El Evangelio de hoy (Mateo 15, 21-28) nos presenta un singular ejemplo de fe en el encuentro de Jesús con una mujer cananea, una extranjera respecto a los judíos. La escena se desarrolla mientras Él está en camino hacia la ciudad de Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea: es aquí donde la mujer implora a Jesús que cure a su hija la cual —dice el Evangelio— «está malamente endemoniada» (v. 22).

    El Señor, en un primer momento, parece no escuchar este grito de dolor, hasta el punto de suscitar la intervención de los discípulos que interceden por ella. El aparente distanciamiento de Jesús no desanima a esta madre, que insiste en su invocación. La fuerza interior de esta mujer, que permite superar todo obstáculo, hay que buscarla en su amor materno y en la confianza de que Jesús puede satisfacer su petición. Y esto me hace pensar en la fuerza de las mujeres. Con su fortaleza son capaces de obtener cosas grandes. ¡Hemos conocido muchas! Podemos decir que es el amor lo que mueve la fe y la fe, por su parte, se convierte en el premio del amor. El amor conmovedor por la propia hija la induce «a gritar: “¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!”» (v. 22). Y la fe perseverante en Jesús le consiente no desanimarse ni siquiera ante su inicial rechazo; así la mujer «vino a postrarse ante Él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”» (v. 25).

    Al final, ante tanta perseverancia, Jesús permanece admirado, casi estupefacto, por la fe de una mujer pagana. Por tanto, accede diciendo: «“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Y desde aquel momento quedó curada su hija» (v. 28). Esta humilde mujer es indicada por Jesús como ejemplo de fe inquebrantable. Su insistencia en invocar la intervención de Cristo es para nosotros estímulo para no desanimarnos, para no desesperar cuando estamos oprimidos por las duras pruebas de la vida. El Señor no se da la vuelta ante nuestras necesidades y, si a veces parece insensible a peticiones de ayuda, es para poner a prueba y robustecer nuestra fe. Nosotros debemos continuar gritando como esta mujer: «¡Señor, ayúdame! ¡Señor ayúdame!». Así, con perseverancia y valor. Y esto es el valor que se necesita en la oración.

    Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos tenemos necesidad de crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús. Él puede ayudarnos a encontrar la vía cuando hemos perdido la brújula de nuestro camino; cuando el camino no parece ya plano sino áspero y arduo; cuando es fatigoso ser fieles con nuestros compromisos. Es importante alimentar cada día nuestra fe, con la escucha atenta de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal como «grito» hacia Él —«Señor, ayúdame»—, y con actitudes concretas de caridad hacia el prójimo.

    Encomendémonos al Espíritu Santo para que Él nos ayude a perseverar en la fe. El Espíritu infunde audacia en el corazón de los creyentes; da a nuestra vida y a nuestro testimonio cristiano la fuerza del convencimiento y de la persuasión; nos anima a vencer la incredulidad hacia Dios y la indiferencia hacia los hermanos. La Virgen María nos haga cada vez más conscientes de nuestra necesidad del Señor y de su Espíritu; nos obtenga una fe fuerte, plena de amor, y un amor que sabe hacerse súplica, súplica valiente a Dios.

    Plaza de San Pedro
    Domingo 20 de agosto de 2017

    Reflexión Fray Nelson Medina


    DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
     Si Dios no cambia tus circunstancias es porque te está cambiando con las circunstancias.


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