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    Evangelio del Dia Domingo 23 de Agosto 2020 - San Mateo Mt 16, 13-20

    Evangelio del Dia Domingo 23 de Agosto 

     DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

    Primera lectura

    Is 22, 19-23

    Esto dice el Señor a Sebná, mayordomo de palacio:

    “Te echaré de tu puesto

    y te destituiré de tu cargo.

    Aquel mismo día llamaré a mi siervo,

    a Eleacín, el hijo de Elcías;

    le vestiré tu túnica,

    le ceñiré tu banda

    y le traspasaré tus poderes.


    Será un padre para los habitantes de Jerusalén

    y para la casa de Judá.

    Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro.

    Lo que él abra, nadie lo cerrará;

    lo que él cierre, nadie lo abrirá.

    Lo fijaré como un clavo en muro firme

    y será un trono de gloria para la casa de su padre’’.


    Salmo

    Sal 137, 1-2a. 2bcd-3. 6 y 8bc 

    R/. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

    Te doy gracias, Señor, de todo corazón,

    porque escuchaste las palabras de mi boca;

    delante de los ángeles tañeré para ti;

    me postraré hacia tu santuario. R/.


    Daré gracias a tu nombre:

    por tu misericordia y tu lealtad,

    porque tu promesa supera a tu fama.

    Cuando te invoqué, me escuchaste,

    acreciste el valor en mi alma. R/.


    El Señor es sublime, se fija en el humilde

    y de lejos conoce al soberbio.

    Señor, tu misericordia es eterna,

    no abandones la obra de tus manos. R/.


    Segunda lectura

    Rom 11, 33-36

    ¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero? ¿Quién ha podido darle algo primero, para que Dios se lo tenga que pagar? En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



    EVANGELIO DEL DÍA

    San Mateo Mt 16, 13-20

    En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan, el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.

    Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

    Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

    Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.


     “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.


     

    Homilía del Papa Francisco

    El Evangelio de este domingo (Mt 16, 13-20) es el célebre pasaje, centrado en el relato de Mateo, en el cual Simón, en nombre de los Doce, profesa su fe en Jesús como «el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; y Jesús llamó «bienaventurado» a Simón por su fe, reconociendo en ella un don especial del Padre, y le dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».

    Detengámonos un momento precisamente en este punto, en el hecho de que Jesús asigna a Simón este nuevo nombre: «Pedro», que en la lengua de Jesús suena «Kefa», una palabra que significa «roca». En la Biblia este término, «roca», se refiere a Dios. Jesús lo asigna a Simón no por sus cualidades o sus méritos humanos, sino por su fe genuina y firme, que le es dada de lo alto.

    Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque reconoce en Simón la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que Dios Padre dio a Simón una fe «fiable», sobre la cual Él, Jesús, podrá construir su Iglesia, es decir, su comunidad, con todos nosotros. Jesús tiene el propósito de dar vida a «su» Iglesia, un pueblo fundado ya no en la descendencia, sino en la fe, lo que quiere decir en la relación con Él mismo, una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús construye la Iglesia. Y, por lo tanto, para iniciar su Iglesia Jesús necesita encontrar en los discípulos una fe sólida, una fe «fiable». Es esto lo que Él debe verificar en este punto del camino.

    El Señor tiene en la mente la imagen de construir, la imagen de la comunidad como un edificio. He aquí por qué, cuando escucha la profesión de fe franca de Simón, lo llama «roca», y manifiesta la intención de construir su Iglesia sobre esta fe.

    Hermanos y hermanas, esto que sucedió de modo único en san Pedro, sucede también en cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Evangelio de hoy interpela también a cada uno de nosotros. ¿Cómo va tu fe? Que cada uno responda en su corazón. ¿Cómo va tu fe? ¿Cómo encuentra el Señor nuestro corazón? ¿Un corazón firme como la piedra o un corazón arenoso, es decir, dudoso, desconfiado, incrédulo? Nos hará bien hoy pensar en esto. Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros las piedras vivas con la cuales construir su comunidad. De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y única. Por su parte, Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia; pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús la propia fe, pobre pero sincera, para que Él pueda seguir construyendo su Iglesia, hoy, en todas las partes del mundo.


    También hoy mucha gente piensa que Jesús es un gran profeta, un maestro de sabiduría, un modelo de justicia… Y también hoy Jesús pregunta a sus discípulos, es decir a todos nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». ¿Qué responderemos? Pensemos en ello. Pero sobre todo recemos a Dios Padre, por intercesión de la Virgen María; pidámosle que nos dé la gracia de responder, con corazón sincero: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Esta es una confesión de fe, este es precisamente «el credo». Repitámoslo juntos tres veces: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo».


    Reflexión Fray Nelson Medina.

    DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A Nos corresponde unirnos al designio de Dios acompañando con nuestro afecto en oración al sucesor de Pedro, al Papa Francisco.

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