Evangelio Domingo 26 de Octubre 2025 - Lucas 18, 9-14

Evangelio del dia

Evangelio Domingo 26 de Octubre 2025 - Lucas 18, 9-14

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Lecturas, Salmo y Evangelio de Hoy - Palabra de Fe

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiastico 35, 12-14. 16-19a

El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido.
No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes.
La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino.
No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia.
El Señor no tardará.

Salmo

Salmo 33, 2-3 17-18. 19 y 23
R. El afligido invoco al Señor, y el lo escucho.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del Apostol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18

Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta!
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Evangelio del dia

Evangelio segun San Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor

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Reflexi�n para el Evangelio de San Lucas 18, 9-14

Esta parabola es una de las mas claras y desarmantes de todo el Evangelio. Jesus no dirige sus palabras a pecadores publicos, sino a quienes se consideran justos y miran con desprecio a los demas. Y lo hace con una historia que invierte completamente los valores humanos: el que parece mas religioso y cumplidor el fariseo queda lejos de Dios, mientras que el odiado publicano, simbolo de pecador y colaborador con el opresor romano, sale del templo justificado, es decir, en gracia de Dios.

Por que? Porque la clave no esta en las obras en si, sino en el corazon con que se hacen.

El fariseo ora, pero no habla con Dios: habla de si mismo. Su oracion es un monologo de autoglorificacion. Da gracias a Dios, por sus propios meritos. Cumple la ley al pie de la letra: ayuna, da diezmos, evita el pecado. Pero todo eso lo hace para si, no para Dios. Su corazon esta lleno de orgullo, de comparacion, de desprecio. No ve necesidad de misericordia, porque cree que no la necesita.

En cambio, el publicano ni siquiera se atreve a alzar los ojos. Se golpea el pecho, signo de duelo por el pecado. Su oraci�n es corta, desnuda, sincera: "Dios m�o, ten piedad de m�, que soy un pecador". No justifica, no compara, no presume. Solo reconoce su fragilidad y clama por misericordia. Y esa actitud es precisamente lo que abre las puertas del cielo.

Jes�s concluye con una ley espiritual fundamental: "Todo el que se enaltece ser� humillado, y el que se humilla ser� enaltecido". La humildad no es fingir debilidad, sino reconocer la verdad: soy pecador, dependo de Dios, necesito su gracia. Y esa verdad es el primer paso para encontrarse con �l.


La verdadera justicia ante Dios

Dios no salva por m�ritos, sino por misericordia. La justicia que nos salva no es la que nosotros construimos con buenas obras, sino la que �l nos regala cuando nos reconocemos pecadores y acudimos a �l con manos vac�as.


Este pasaje es un llamado urgente a examinar nuestro coraz�n en la oraci�n:

- Hablo con Dios o hablo de m� delante de Dios?

- Me comparo con otros, sinti�ndome mejor?

- Reconozco mis pecados con sinceridad, o los disfrazo con religiosidad?


�Voy a la misa, al sacramento de la Reconciliaci�n, a la oraci�n� para encontrarme con Dios o para sentirme �bien� conmigo mismo? La misa, la confesi�n, la lectura del Evangelio, solo tienen sentido si nacen de un coraz�n humilde. Porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes (Santiago 4,6).


Para nuestra Vida

Hoy, el Se�or nos invita a dejar de lado la hipocres�a espiritual. No se trata de negar nuestras virtudes, sino de no gloriar en ellas. Todo don viene de Dios (1 Cor 4,7). Que cada buena obra sea un motivo de agradecimiento, no de orgullo.

Tambi�n nos llama a no juzgar al pr�jimo. El fariseo no solo se alaba, sino que desprecia al publicano. �Cu�ntas veces, en nuestra oraci�n o en nuestra vida, caemos en el juicio, en la cr�tica, en sentirnos �mejores� porque cumplimos ciertas normas?

Y, sobre todo, nos ense�a que la puerta del cielo es baja: solo entra quien se agacha. Solo entra el que reconoce que necesita ser perdonado. Por eso, el mejor lugar para comenzar cada d�a es decir con el publicano: "Dios m�o, ten piedad de m�, que soy un pecador". Esa oraci�n, repetida con el coraz�n, es el inicio de toda santidad.


Oraci�n

Se�or Jes�s, t� que lees los corazones, ten piedad de m�. Que no me convierta en un fariseo de apariencias, que cumple con los deberes religiosos pero vive de orgullo. Hazme como ese publicano: peque�o, sincero, necesitado de tu misericordia. Que cada vez que ore, no me glor�e en m� mismo, sino en tu cruz. Que mi coraz�n no juzgue, sino compadezca. Porque solo t� eres santo, solo t� eres bueno. Y solo por tu gracia soy salvo. Am�n.


NOTA : El Evangelio del d�a puede variar segun su pais por alguna celebracion local o Fiesta Patronal, etc.
El Evangelio aqui publicado se basa generalmente en el calendario liturgico del Vaticano, salvo algunas excepciones.

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